domingo, 23 de octubre de 2011

EVOLUCIÓN DE LA HISPANIA CITERIOR


Tras la expulsión de los cartagineses de la península Ibérica en 206 a.C. y con la voluntad de permanencia de Roma en estos territorios se incluye Hispania en el sistema provincial romano. Esta primera etapa se caracteriza por la permanente lucha contra las comunidades nativas, que no ceden ante el dominio romano y la expoliación que llevan a cabo en los territorios conquistados. Había ya una clara diferenciación entre dos zonas extensas y diferentes, con lo que en el año 197 a. C. se designan dos nuevos pretores para la administración de estas provincias la Hispania Ulterior y la Citerior. La Hispania Citerior (Citerior significa la más cercana, se entiende que a Roma) se extendía entre Cartagena y los Pirineos, abarcando toda la franja mediterránea y los territorios del interior de la península que todavía no habían sido conquistados. Esta zona interesaba a Roma por tener una gran riqueza en minerales, su capital era, en un principio, Cartago nova.




            En el año 44 a. C. tiene lugar el asesinato de César y sube al poder Augusto e instaura un nuevo régimen, el Imperio. Cayo Octavio Augusto que va incrementando su poder mediante éxitos militares y pacificación de provincias, ve en Hispania un gran incentivo y dirige sus tropas contra las tribus de la cornisa cantábrica, donde seguían resistiendo cántabros y astures. Esta empresa tenía un gran valor político, pero también económico, ya que era conocida la riqueza de estas zonas en minerales tan valiosos como el cobre, el estaño, el hierro y, especialmente, la plata y el más escaso oro, de hecho Augusto se traslada a Tarraco (convirtiéndose ésta en capital de la Citerior) para hacerse cargo personalmente de las operaciones. Sin embargo, lo que en un principio parecía una campaña fácil de resolver acabó revelándose como una tarea difícil que desembocó en casi 10 años de guerras, finalizando en el año 19 a.C. Una vez conquistado todo el territorio realiza una reorganización provincial (que ya se había llevado a cabo en otras zonas del imperio desde el 27 a. C.), reparte las provincias entre el senado y el emperador; de las provincias totalmente pacificadas se haría cargo un senador, el resto tienen la administración directa del emperador a través de legados de su confianza y con presencia militar permanente. La Hispania Citerior, con sus recién anexionados territorios cántabros, pertenece al segundo grupo, era una provincia imperial. 
            Entre el 7 y el 2 a. C. se vuelven a remodelar los límites provinciales y se amplía la Citerior, a la que se empieza a llamar Tarraconense, haciendo referencia a su capital, se le anexionan la tierras al norte del Duero, que pertenecían a Lusitania, y la zona del saltus Castulonensis (Sierra Morena) y las llanuras entre el alto Guadalquivir y el Mediterráneo que anteriormente pertenecían a la Bética. Así que su territorio se extendía desde Galicia hasta Cartagena, incluyendo todo el centro y el este peninsular. Era el distrito administrativo hispano de mayor rango y su gobernador ostentaba el cargo de procónsul. Constituía la mayor provincia de todo el Imperio. Esta reorganización de la Citerior o Tarraconense se debe a la intención de concentrar las principales regiones mineras bajo una misma autoridad y a la vez poner la totalidad de las fuerzas militares de guarnición de Hispania bajo un mismo mando. De esta forma queda fijada la organización provincial de Hispania durante los dos primeros siglos del Imperio.


            Después del sometimiento de cántabros y astures era necesario mantener en la zona una parte de las fuerzas militares. Esta región estaba lejos del fenómeno urbano y era difícil llevar a cabo la administración romana, entre cuyas tareas se encontraba la explotación de las tan codiciadas minas de oro, además de la vigilancia del espacio recién conquistado. Augusto estableció tres legiones (IV Macedonica, VI Victrix y X Gemina) en las regiones del noroeste para estas tareas y también con el objetivo de implantar una infraestructura básica que permitiera el desarrollo posterior de la administración para la explotación pacífica de sus recursos.

            En cuanto a la organización administrativa interna, la Citerior se dividía en siete conventos: Tarraco, Cartago nova, Caesaraugusta, Clunia, Asturica, Bracara y Lucus. Y en muchos de sus asentamientos dominaba aún la organización tribal. En el tercer cuarto del s. I había 293 comunidades en la Citerior, de ellas 114 eran populi (las regiones occidentales, últimas en incorporarse al Imperio); 12 colonias, 13 municipios romanos, 18 latinos y 135 civitates estipendiarias.
            Con la subida al poder de Vespasiano (dinastía Flavia) en el año 69 se lleva a cabo una parcial desmilitarización en Hispania, reduciendo a una las tres legiones establecidas por Augusto en su momento, la legión VII Gemina y estableciéndola en la zona astur, en la ciudad que llevará el nombre de este cuerpo (Legio): León.
            Más adelante, en la época de los Severos, durante el reinado de Caracalla (211-217), se separan de la Citerior los territorios del noroeste, constituyendo la provincia Hispania nova Citerior Antoniniana, que volvió a integrarse en la Citerior tras la desaparición del emperador.
            A la desaparición de los Severos sigue una época de ya clara crisis económica y social en el Imperio, en la que se suceden usurpadores del poder y continuos saqueos de los pueblos bárbaros en la Península, dando lugar a una profunda inseguridad. Para remediar esto, cuando llega al poder Diocleciano, a finales del s.III, realiza una reorganización administrativa: se multiplican el número de provincias para evitar la excesiva concentración de poder y facilitar la eficacia de la administración, aunque esto llevó consigo un importante aumento de la burocracia. La antigua Citerior fue dividida en tres provincias: Tarraconenses, Carthaginiensis y Gallaecia; y , posteriormente, entre 365 y 385, la Cartaginense se dividió a su vez, dando lugar a la nueva provincia de las Baleares. Con lo que Hispania quedó dividida en siete provincias.


            Pese a los intentos de recuperación y con los constantes ataques de los pueblos bárbaros, el Imperio siguió debilitándose hasta su desaparición en el s. V.


Bibliografía:
BARCELÓ, Pedro y FERRER, Juan José (2007): Historia de la HIspania romana. Alianza, Madrid.
VV.AA. (2000): Atlas histórico de España vol.I. Istmo, Madrid.
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